La nieve empieza
a caer como un filtro para mis ojos y el aire parece traer hasta mis oídos las
canciones navideñas que salen de los hogares. Oh blanca navidad, cada vez llegas más rápido.
Hola, amigo,
¿aún me recuerdas? ¡Vamos! ¡Busca la pelota!
Y aquí me
encuentro otra vez, con la nieve acumulándose sobre mi ropa y mi cabeza, como
todos los años.
Es bonito poder recordar
a un ser amado. Dicen que los perros son los mejores amigos del hombre, y
déjenme decirles: tienen toda la razón. Robin no era un perro más de esos que tiene
la gente, ya sea para el entretenimiento de sus hijos, para sentirse
acompañados o simplemente porque les guste tener una mascota. Robin era
especial, más que un perro, mi mejor amigo. Mi único amigo, de hecho. Ese
animal era toda la familia que tenía. Mi madre pasaba el día trabajando y mi
padre murió cuando apenas tenía cuatro años, así que no recuerdo mucho de él;
lo que me dejaba todo el día solo con Robin.
Lo sé, amigo, te
gusta que te acaricie. Tranquilo, siéntate aquí conmigo.
Ver a los niños
correteando por ahí, divirtiéndose con sus amigos, me recuerda tanto a mi infancia…
Solo que yo no tuve más amigos que tú, claro. Mi timidez no me lo permitía. Además,
contigo me bastaba; no necesitaba a nadie más. Pero lo que más me recuerda a mi
infancia, sobre todas las cosas, es la Navidad. Recuerdo cuando te lanzaba la
pelota y tú muy contento ibas a buscarla, pero nunca la traías de vuelta.
Sí, te ríes, ¿verdad?,
porque sabes que es cierto. Cada año que te vuelvo a ver aquí jugamos y reímos,
pero este año solo quiero hablar, y recordar aquel día frío en el que me
salvaste la vida.
15 de diciembre
de 1936, a poco yo tenía trece años. Recuerdo que estábamos jugando en el
bosque de más allá de la casa de los López. La estábamos pasando genial como
siempre: yo lanzándote la pelota con la esperanza de que por fin la trajeras de
vuelta y tú moviendo tu cola de aquí para allá. Todo era risas y diversión
hasta que tropecé con una rama y me rompí una pierna, ¿recuerdas? No me podía
mover apenas. Recuerdo tus ojos, tu mirada preocupada; la oscuridad se
avecinaba y la Navidad estaba cerca, lo que traía consigo noches más frías de
lo habitual.
Pasaban los
minutos, las horas; el tiempo se hacía eterno, y nadie aparecía para darnos una
mano. El lugar era bastante solo, creo que por eso disfrutábamos tanto estar
allí, pero nunca me pasó por la cabeza que aquello pudiera ocurrir, por
supuesto. Volví a mirarte, tus ojos brillaban (incluso con la noche casi encima),
por un lagrimeo que no querías que percibiera. Tu mirada desesperada me decía
que harías algo. Y así fue.
Primero empecé por intentar arrastrarme con
las manos, pero me cansaba demasiado rápido y no conseguía avanzar mucho. Me
tomaste con tus dientes por el ruedo del pantalón y empezaste a jalar de mi
pierna mientras yo me impulsaba con los brazos. Por supuesto, así era mucho más
fácil. Notaba que tenías que hacer un esfuerzo magistral con cada tirón; sin
contar además el frío, el terreno irregular y la nieve que dificultaba todo.
Nada de eso te detuvo. Y juntos, luego de toda aquella odisea, logramos llegar hasta
la calle. ¡Increíble! Apenas podías respirar para entonces. Eras un perro ya
bastante viejo. Llegaste a mi vida cuando tenía como dos años, ¿no? Sí, creo
que sí. Ya no podías ocultar más tu cansancio y te tiraste junto a mí en la
acera. Era de noche ya, las calles estaban oscurecidas por el invierno y no
muchos salían de sus casas, pero un milagro ocurrió en ese momento cuando una
mujer en una camioneta apareció de pronto y nos vio allí sobre el arcén. Nos
subió a su auto en donde nos llevó al hospital.
Lo que hiciste
fue heroico, único: me salvaste la vida, pero te sacrificaste por mí. Los médicos dijeron que tenías insuficiencia
cardíaca, no llegaste vivo al hospital; ellos ni siquiera se explicaban cómo
lograste lo que hiciste. Yo no había asimilado nada sino hasta varias horas
después, cuando ya cargaba un yeso que abrazaba mi pierna rota y tocaba volver
a casa. Pregunté como loco en dónde estabas, hasta que me trajeron tu cuerpo
sin vida en una caja. Rompí a llorar, todo lo que nunca en mi vida había
llorado. No quería creer nada de lo que decían, pensé que solo estabas
durmiendo, pues eso parecía. Por supuesto no atendías a mis llamados, y luego
de una larga noche enrollado entre sábanas y lágrimas, fue que supe realmente
que ya no estarías más conmigo. Tres días después, luego de una fuerte
discusión con mamá, tuvimos que salir (ayudado con las horribles muletas) a
enterrarte. Fue una de las peores experiencias que pude evidenciar en mi vida,
ver como tu cuerpo quedaba cubierto por la tierra hasta desaparecer por
completo.
Seguí llorando,
creo que nunca lo dejé de hacer por un buen tiempo. No es fácil perder a
alguien que amas, y mucho menos si ese alguien es el único amigo que tienes. Me
sentía terriblemente solo; no hablaba con nadie. Incluso llegaron a pasar por
mi cabeza cosas terribles que mejor me reservo. Pero bueno, mejor no hablar de
eso. Hablemos de… esto.
Recuerdo estar
en mi cama, ya varios meses después de todo. Tu recuerdo ya no dolía tanto,
pero te miento si te digo que no lo seguía haciendo por lo menos un poquito
cada día. Estaba jugando con tu pelota y en una de esas que la tiré contra la
pared, cerré los ojos y noté que la pelota nunca cayó. Y de pronto te vi, con
tus relucientes ojos llenos de sentimientos y tu boca ocupada por la pelota.
Giraste tu cabeza, como apuntando a la ventana y desapareciste. Al asomarme te vi
allá abajo junto a la calle, con la pelota aún en la boca, esperando a que yo
bajara. Un sinfín de emociones se apoderó de mi cuerpo y no tuve de otra que
salir a buscarte, tan rápido como mi juventud y mi pierna (ahora recuperada) me
lo permitieron. Fui tras de ti, tú corrías y corrías siempre con la pelota en
la boca; no sabía adónde me dirigías, pero aun así te seguí. Me guiaste hasta
la pradera en la que te enterré, ya bastante lejos de casa. Te detuviste sobre
la tumba improvisada de yeso que te hice y desapareciste. Me acerqué y vi allí
tu pelota sobre un papel medio arrugado. Era un fragmento de un villancico.
Nuestro villancico favorito, de hecho, que te ponía a ladrar de emoción con
solo oírlo:
Oh Blanca Navidad, nieve
un blanco sueño y un cantar
Recordar tu infancia podrás
al llegar la blanca navidad.
Volteé
y ahí estabas de nuevo. Desde pequeño siempre solía hablarte. Bueno, aún lo
hago, solo que nunca tuve la esperanza de que me respondieras. Pero ese día…
juro que escuché tu voz; un susurro en mi oído, una voz hermosa que me dijo: Cuando los primeros copos de nieve caigan del cielo y los villancicos se oigan por todo el
pueblo, ven a buscarme.
Aún
recuerdo perfectamente esas palabras, pues apenas volví a casa las anoté en el reverso
del papel con el villancico y las leía a diario hasta que se convirtieron en mi
oración favorita. Al año siguiente, el primer día que nevó, fui a buscarte. No
te veía en ningún lado y empecé a perder las esperanzas. Estaba ya a punto de
irme, pensando que todo había sido una invención mía, cuando apareciste de
pronto con tus dientes asomados en una sonrisa y tu cola batiendo en todas
direcciones. Sentía cómo las lágrimas bañaban mi rostro, lágrimas de felicidad.
«Otra vez juntos», pensé. Y así hemos
seguido, año tras año, recordando aquellos tiempos.
¡Mira
dónde dejaste la pelota! No importa, luego la busco. Siéntate aquí junto a mí
un último momento. Mira el cielo… empieza a anochecer; el día se acaba, al
igual que la vida. Pero incluso a pesar de tanto, aquí estamos otra vez, amigo
mío. Otro año más; otra Navidad. ¡Ya, deja de lamerme la cara! No
puedo creer que aún te gusten mis arrugas. Ochenta y cuatro años y aún seguimos
juntos, quién lo diría.
Creo
que es hora de irme, supongo tú también tendrás que hacerlo. Al final todos nos terminamos yendo, ¿no? De
una forma o de otra, nos separamos para descubrir cuánto necesitamos el uno del
otro. Creo que nunca dejaré de quererte.
Fue
hermoso haberte visto otra vez, y haber usado este tiempo para recordar aquel
día. ¡Hasta el próximo año, amigo! Espero… no tener que venir en silla de
ruedas la próxima vez, o algo así. Mis huesos no son los mismos de antes,
¿sabes? Pero así deba arrastrarme, haré lo posible por estar aquí de nuevo.
Que
tengas una feliz Navidad.
Basado
en el villancico «Blanca Navidad»
Oh Blanca Navidad,
sueño y con la nieve alrededor,
blanca es mi primera
y es mensajera de paz y de puro amor
Oh Blanca Navidad, nieve
un blanco sueño y un cantar
Recordar tu infancia podrás
al llegar la blanca navidad.
Oh Blanca Navidad, sueño
y con la nieve alrededor,
blanca es mi primera
y es mensajera de paz y de puro amor.
Oh Blanca Navidad, nieve
un blanco sueño y un cantar,
recordar tu infancia podrás
al llegar la blanca navidad.